martes, 16 de agosto de 2011

La Continuidad de los Cuadros

Lo más de divertido de los chistes, es que salen de las situaciones más inesperadas, el otro día nada más fue una de aquellas, se acerco la cortesana a la intimidad de mis aposentos en sus modales victorianos preguntando las frivolidades muy propias de la burguesía aspirante decimonónica, pero que estoy seguro que en la actualidad no tienen mayor asidero que el de una conversación a media tarde de club de ex esposas de carabineros, o bien del maravilloso y glorioso pasado fascista de cada una de ellas (no es necesario ser detectivesco para llegar a este tipo de conclusiones, pero me gusta complicar la cosas de cuando en cuando). En pleno conocimiento de su condición de exquisita (tanto física, como de gustos rebuscados), se dejó llevar por los caprichos más increíbles que puede tener una mujer en su calidad de cortejada -que no falta la que se lo toma muy enserio y se cree dueña del Taj Mahal, y pide un negro en pelota a cada lado bailando, hay de todo en la villa del señor, pero los niveles de chuchesumadrismo de este país no dejan de impresionarme- así que pidió un café con proporciones de proporciones ridículas; cinco octavos de colombiano, cortado a dos meñiques y, por supuesto, endulzante, no vaya a perder la línea.

Luego de intercambiar opiniones de los más diversos temas, ya que uno puede quedar en blanco hasta en el examen de grado pero en una situación así la poesía surge como si Quevedo tomara redbull (nunca es tarde maestro), la señorita decide retirarse por decencia, pero no sin antes apuntar el último ápice de una refinada conversación intelectual burguesa en la que me vi inmerso de súbito, el cuadro que colgaba con elegancia sobre un resto de los elementos que pasan desapercibidos habitualmente, me remata preguntándome el nombre del cuadro, que es lo que simboliza, que quieren decir los retratados en sus expresiones, que quiso decir el autor con su opulenta obra. Recordé que la obra, pasando desde la capilla Sixtina hasta las últimas caquitas de Pablito un poquito antes de que mami llegue con el sacro-imperio romano del papel higiénico (que en ese momento, efectivamente, tiene un valor incalculable), la hacen la audiencia y el aplauso, el oyente, el crítico, la estrella que regalada por el creativo de turno a la cortejada en cuestión, y por supuesto, el autor que se quema en las ascuas del infierno esperando que llegue el tan anhelado espaldarazo. Me vi en la obligación de reconocer mi ignorancia al respecto, en nombre del mínimo de respeto que tengo por la verdad y por mi invitada a la cual no quise exponer a un falso conocimiento acerca de las corrientes artísticas del siglo… quien sabe cual, ni menos exponerme a mi mismo a un total desprestigio que significaría tratar de acertar a un pintor y a una historia subyacente detrás de una obra. Para que ella posteriormente se de cuenta, luego de mi error y mi farsa, que hoy en día cualquier gil que se meta a wikipedia más o menos seguido trata de pasar por intelectual. En resumidas cuentas no me hago responsable del escepticismo de nadie, ni menos me jugaré lo que me queda de dignidad en un pintor que hasta ese momento tenía tanta injerencia en mi vida como un pepino, el miembro de la jirafa, o el último escándalo de Edmundo Varas.

Al despedirme, y ofrecer mis servicios de escolta hacia las estaciones de la locomoción colectiva, hice el comentario. Averiguaría el nombre de dicho autor y el nombre de la obra, apelando a la idea que sería bueno saber que carajo cuelga de la pared de tu casa. Debo confesar que hasta ese momento, durante gran parte de mi vida, juraba con mucha fe que tenia un Rembrant a mis espaldas.

Al día siguiente en un instante de descanso me dedique a buscar la obra, operación feliz ya que di con el cuadro y una breve reseña, así supe que el cuadro tenía que ver efectivamente con Dionisio (único detalle que estuve capacitado para entregar esa noche), pero en su versión romana: “El triunfo de Baco” de Diego Velázquez, también conocido como “Los Borrachos” retrata a un grupo de campesinos embriagados en donde uno de ellos es coronado con hiedras por el mismo dios de las fiestas. También me enteré que Velázquez resulto ser un artista que vivió de la asistencia por casi toda su vida en mecenazgo de Felipe IV, lo que valió su pseudónimo como “el pintor del rey”. Es decir, un puto que vivió la raja y hoy en día está en el museo lo Prado. Que en vez de prestar el culo tenía que pintar retratos, tal vez tenga algunos puntos a su favor.

Acto seguido de averiguar el origen de la obra caí en la cuenta que cuelga de mi pared un cuadro de nombre “Los Borrachos”, pintado por un tipo que prestaba (simbólicamente por supuesto) el poto y que dentro de todo se desquitaba con elegancia de sus jefes en sus tan sutiles ironías pictóricas. Además que en esta casa vivimos mi padre y yo. Lo que facilita bastante las cosas a cualquiera que le despierte un súbito arranque de curiosidad por mis antecedentes, o algún rasgo distintivo que me encasille rápidamente en un estereotipo y me reduzca a mi condición más pedestre. Tal vez nos ahorraríamos mucha conversación.

Rápidamente me cuestioné si yo mismo podría ser catalogado como un borracho medio puto. Prefiero morir en la ignorancia.

En ese caso aceptaría esta condición sin mayor problema si es que hubiera un compromiso efectivo de facilitar a cualquier persona esta identificación poniendo en el Hall central obras de la misma naturaleza que nos salven de toda la masturbación mental de tener que preguntar por datos que caen de perogrullo, no faltaría el living que no tuviera un cuadro que se llame La Histérica, El Esquizoparanoide, o bien, El Neurótico Obsesivo y salga algún tipo sufriendo detrás del marco por que hay algún trabajo sin terminar, porque todos en la mesa están comiendo con las servilletas en el ángulo incorrecto o porque derechamente los dos jabones de glicerina y el tradicional jabón casero no van a hacer suficientes si hay más de tres invitados pululando por los alrededores de la humilde morada en la que el pobre enfermo (o sus pobres convivientes) debe pasar el resto de sus días.

Buscando la parsimonia, podríamos ahorrarnos la posibilidad de crear nuevas obras y podemos echar mano a lo que ya está hecho (reutilizar, como si fuera una novedad); poner El Grito de Munch en la casa de algunas de estas histéricas, o derechamente la Tentación de San Antonio a un amigo suyo de libido incontrolable- o intransferible, para que no se me enojen los entendidos- que este muy cercano a la iglesia y usted está viendo positivamente los cargos por abuso sexual o tratos vejatorios del que será acusado este futuro imputado.

Tal vez hacer un trabajo superlativo que nos economice de una vez por todas las acusaciones constitucionales, querellas, o bien paranoias excesivas y poner Los siete pecados capitales de “El Bosco” en el patio de algún senador o diputado de turno, creo que ni siquiera habría señalética para el tránsito en esa cuadra, bastaría con saber quien vive por ahí cerca y darse cuenta de la naturaleza del oleo ahí presentado. Tal vez envolverlo en una burbuja especializada para evitar que las inclemencias del tiempo mengüen la denuncia hacia este hijo de puta.

Al relatar parte de esta anécdota a uno de mis amigos y otrora obrero intelectual, me preguntó por el tipo de cuadro que me gustaría asignar a su sala de estar, respondí con lo más complaciente que pasó por mis pensamientos, dije que sería algún cuadro que simbolice una profunda amistad, a lo que me respondió que su trasero por lo general lo ocupaba para sentarse y no para recibir besos en él. A lo que concluí que parte del sentido de esta empresa pasaba por ensalzar más defectos que virtudes, cada hombre carga con su propia cruz, y me di cuenta que nada dice más de una persona que su super-yo (feliz estoy dispuesto a discutir este concepto, por si saltan las poetas lacanianas).

Dime de que te jactas, te diré de qué careces. Seguramente el Velázquez expuesto en mi casa es irremplazable.

De mi acompañante de esa noche no volví a saber, no dejo de pensar que simplemente le bastó con ver el cuadro que colgaba de mi pared.