Mientras le
tomaba la mano a su hija que no paraba de saltar exclamando lo último de la
televisión por cable, el buen hombre miraba todas las maravillas en
liquidaciones de ropa que seguramente nunca usaría pero que obviamente debía
tener un crédito truculentamente bien armado para tener ligado su auto, su
casa, su hermana, alguno de los pechos de su madre (seguramente el bueno), y
por supuesto su sueldo por el cual estudió una carrera que dura cinco años pero
que le tomó ocho, pero no es lo que está en discusión. La madre de su pequeña,
la más bella de su clase, la máxima aspiración en los días de obesidad
insipiente, donde la maldita construcción del autoestima se debate entre tus
propias dimensiones corporales así como con tus capacidades atléticas en las
disciplinas como patada en la raja a campo abierto, salto de reja, mirada de
calzón en día de “jumper”, entre otras tantas. Así como todas habilidades
sociales que elevan a cualquier ser humano a una mejor condición en donde se
pueda escapar de la brutalidad del bulling escolar. Bajo estas condiciones,
enchufar un cabro chico al sueño erótico de todo el curso puede ser una vía
bastante rápida a la inmortalidad. Olvidando solo un pequeño detalle, tener que
acompañarla al mall los fines de semana con el regalito incluido, sometido a
cuanto capricho pueda tener la mina más rica del curso, y que por lo tanto en
su casa a parte de pegarle un par de charchazos por creer que anda ofreciendo
su flor coqueteándole a todos los vecinos, la tienen más regalona que hijo
único. Nada es gratis en esta vida. Dicen que el diablo paga un poco más por
almas de mayor renombre. Son puros rumores.
Caminó pasando
por los censores de robo (rogándole a Dios que todas las etiquetas de las
compras inútiles hayan sido removidas, ya que la humillación sería total) y
entró con una mujer en cada mano, además de sostener con el antebrazo derecho
dos bolsas adornadas con letras de liquidación, y con el izquierdo el
chalequito blanco de sus ojos, parecía que ser un padre y un concubino ejemplar
en estos días salía bastante caro.
Al avanzar en
esta jaula de precios, no pudo evitar pensar en uno de sus mejores amigos (o
compañeros de curso más simpáticos), el cual ya se sabía de su incursión tras
bambalinas en esta maquina de la producción, estaba trabajando de vendedor
seguramente con una polerita color pastel, con lo mejor de su sonrisa, con un
sueldo mínimo más digno que cualquier ladrón del estado, y seguramente con un odio
asolapado a cuanta pregunta incontestable pueda surgir en la imaginación de los
compradores, sus jefes, sus otrora desconocidos-actualmente hermanos del dolor
del trabajo, pero sobretodo con una arrolladora sensación de fracaso que con el
correr de los tiempos; lo podría convertir en un cabrón más de este país. Su
vida seguramente era una mierda.
Movido por el
hastío o quizás por el morbo que significa encontrarse con los que de alguna
forma representan un destino que puede hacer sentir afortunado a cualquiera, el
buen hombre busca la presencia de su ex compañero el cual efectivamente-como
buen día domingo- estaba con el mejor de sus ánimos, atendiendo de la manera
más atenta a mucha gente que de alguna forma quería verse mejor, o simplemente
estaba aburrida y necesitaban salir a comprar. Al encontrarse casualmente, se
reconocieron sin mayor dificultad. Ambos piden un minuto a sus vidas para
preguntarse por los cercanos, sus quehaceres, sus chistes, y prometerse jugar
pool cuanto antes; como lo hacían antes. Con todos los demás.
Los temas se
agotan, la paciencia de los carceleros mengua y es momento de continuar. Uno
toma las bolsas, le responde a su hija con amor que le venía insistiendo en
explorar juguetes rosados, ¿Cómo nos vamos a negar? El otro toma su tarjeta
colgando con perros metálicos al tiempo que les desea lo mejor a los de
siempre, promete visitarlos, promete salir de su rutina. Concubino ejemplar se
aleja.
Un vendedor
part-time mira la cola de la novia de su amigo (sopesando si vale la pena),
mira las bolsas que cuelgan de sus manos desnudas.
Su vida
seguramente era una mierda.
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