miércoles, 5 de septiembre de 2012

En el mismo lodo

Mientras le tomaba la mano a su hija que no paraba de saltar exclamando lo último de la televisión por cable, el buen hombre miraba todas las maravillas en liquidaciones de ropa que seguramente nunca usaría pero que obviamente debía tener un crédito truculentamente bien armado para tener ligado su auto, su casa, su hermana, alguno de los pechos de su madre (seguramente el bueno), y por supuesto su sueldo por el cual estudió una carrera que dura cinco años pero que le tomó ocho, pero no es lo que está en discusión. La madre de su pequeña, la más bella de su clase, la máxima aspiración en los días de obesidad insipiente, donde la maldita construcción del autoestima se debate entre tus propias dimensiones corporales así como con tus capacidades atléticas en las disciplinas como patada en la raja a campo abierto, salto de reja, mirada de calzón en día de “jumper”, entre otras tantas. Así como todas habilidades sociales que elevan a cualquier ser humano a una mejor condición en donde se pueda escapar de la brutalidad del bulling escolar. Bajo estas condiciones, enchufar un cabro chico al sueño erótico de todo el curso puede ser una vía bastante rápida a la inmortalidad. Olvidando solo un pequeño detalle, tener que acompañarla al mall los fines de semana con el regalito incluido, sometido a cuanto capricho pueda tener la mina más rica del curso, y que por lo tanto en su casa a parte de pegarle un par de charchazos por creer que anda ofreciendo su flor coqueteándole a todos los vecinos, la tienen más regalona que hijo único. Nada es gratis en esta vida. Dicen que el diablo paga un poco más por almas de mayor renombre. Son puros rumores.
Caminó pasando por los censores de robo (rogándole a Dios que todas las etiquetas de las compras inútiles hayan sido removidas, ya que la humillación sería total) y entró con una mujer en cada mano, además de sostener con el antebrazo derecho dos bolsas adornadas con letras de liquidación, y con el izquierdo el chalequito blanco de sus ojos, parecía que ser un padre y un concubino ejemplar en estos días salía bastante caro.
Al avanzar en esta jaula de precios, no pudo evitar pensar en uno de sus mejores amigos (o compañeros de curso más simpáticos), el cual ya se sabía de su incursión tras bambalinas en esta maquina de la producción, estaba trabajando de vendedor seguramente con una polerita color pastel, con lo mejor de su sonrisa, con un sueldo mínimo más digno que cualquier ladrón del estado, y seguramente con un odio asolapado a cuanta pregunta incontestable pueda surgir en la imaginación de los compradores, sus jefes, sus otrora desconocidos-actualmente hermanos del dolor del trabajo, pero sobretodo con una arrolladora sensación de fracaso que con el correr de los tiempos; lo podría convertir en un cabrón más de este país. Su vida seguramente era una mierda.
Movido por el hastío o quizás por el morbo que significa encontrarse con los que de alguna forma representan un destino que puede hacer sentir afortunado a cualquiera, el buen hombre busca la presencia de su ex compañero el cual efectivamente-como buen día domingo- estaba con el mejor de sus ánimos, atendiendo de la manera más atenta a mucha gente que de alguna forma quería verse mejor, o simplemente estaba aburrida y necesitaban salir a comprar. Al encontrarse casualmente, se reconocieron sin mayor dificultad. Ambos piden un minuto a sus vidas para preguntarse por los cercanos, sus quehaceres, sus chistes, y prometerse jugar pool cuanto antes; como lo hacían antes. Con todos los demás.
Los temas se agotan, la paciencia de los carceleros mengua y es momento de continuar. Uno toma las bolsas, le responde a su hija con amor que le venía insistiendo en explorar juguetes rosados, ¿Cómo nos vamos a negar? El otro toma su tarjeta colgando con perros metálicos al tiempo que les desea lo mejor a los de siempre, promete visitarlos, promete salir de su rutina. Concubino ejemplar se aleja.
Un vendedor part-time mira la cola de la novia de su amigo (sopesando si vale la pena), mira las bolsas que cuelgan de sus manos desnudas.
Su vida seguramente era una mierda.

No hay comentarios: