jueves, 27 de septiembre de 2012

Del por que es mejor no ser el Rey León

Puede haber muchas razones por las cuales no te puede gustar un película pero en el caso del Rey León me gustaría explayarme un poquito más, debido no solo a mis serias diferencias ideológicas que tengo con el ratoncillo aquel, además de los groseros errores conceptuales en cuanto a lo netamente político que significa la narrativa del film. Te deja con esa sensación de que te vienen metiendo el dedo en al ano la mayoría del tiempo de tu desarrollo psico-sexual, a parte de un miedo -que raya en lo patológico- a todo lo que signifique salirse de los límites impuestos por el régimen.
En primer lugar, convengamos que Simba es un hijito de papá que tenía la prepotencia de los cabros cuicos que buscaban dominar al mundo, que ya tenía hegemonía de sobra  a nivel familiar (lo cual representa un poder monárquico pero en una transición hacia el despotismo ilustrado que podría venir de Scar, el cual prefirió aliarse con la marginalidad para tomarse el reino por la fuerza)  por lo tanto, lo único que tenía que hacer era continuar la senda del fálico Mufasa, el cual, de alguna forma, representaba no sólo el designio divino  del reino donde  estaba al tope de la cadena alimenticia, sino que también era la misma fuerza pública de coacción que tenía el deber de alejar a las hienas de todos los bienes del reino exiliados en la periferia del cementerio de elefantes. Otro Leviathan más. En esta línea de alegoría no quiero decir que sea este el tipo de argumentos que llevo a todas las niñas que en ese tiempo oscilaban entre los 7 y 13 años a encontrar feos, desatentos, pene-corto, a sus caucásicos y potenciales parejas, o bien a un insipiente trastorno alimenticio que las llevara a despreciar sus preciosas carnes que no se ajustaban a las inalcanzables (genéticamente hablando) cinturas de avispa y pulcritud al momento de despertar sin lagañas ni aliento insecticida, tarea ya cumplida por un arsenal de otros instrumentos de dominación que significaban los zapatitos de cristal  o las nanas voladoras con paraguas que no se dan vuelta. En el caso de los niños heterosexuales pensar que la mina que te comías en la básica te iba venir a buscar a tu comunidad hippie, en donde en vez de fumar ayahuasca te mandabas banquetes de escarabajos y chanchitos de tierra (una suerte de veganismo Zimbabuense)  que no te daba la consecuente churretera superlativa sino que representaban una dieta muy completa que reemplazaba todas las virtudes del lomo de jirafa o el asiento de antílope, además de haber crecido lo suficientemente grande y fuerte como para ir a detener al caudillismo elegante de su tío acompañado de sus oligofrénicos secuaces. Me parece francamente una invitación degenerada a la esquizofrenia. Las leonas (las de verdad) te cambian al segundo.
No quisiera poner en duda las propiedades nutritivas de los gusanos, pero después de haber sido rescatado de los buitres y de una muerte parecida a la de Prometeo, Simba vivió en un campo Eliseo amparado en la enajenación de su filosofía de tirarse las pelotas y especular acerca del contenido de las estrellas después de eructar, figura que alcanza su areté en el paso por el tronco donde no paraba de cantar que todo les importaba una raja, crecía y emulaba un comercial de Milo en donde -para colmo de males- aprende tonalidades de contratenor (o de barítono dependiendo del doblaje que usted haya visto) para seguir cantando que las responsabilidades son una mierda. Tampoco quisiera subir al columpio (o al banquillo) las motivaciones profundas de los dueños de la comunidad encarnados en la suricata y el jabalí (que igual me caen bien) pero no podemos olvidar que lo que buscaban al alimentar a la bestia era básicamente un guardaespaldas, hacer  del depredador uno de ellos evitando un peligro muy propio de la vida al aire libre: morir descuartizado. Supongo que no puedo juzgarlos por eso, creo que es un acto de inteligencia tener un amigo más tonto y más grande que tú en caso de cualquier eventualidad.              
Por otro lado está Rafiki, un chaman orate que en vez de vagar de rama en rama y practicar el Kung-fu capaz de noquear a toda la rabia de las hienas revolucionarias, prefirió hacerlas de sacerdote y bautizar al legitimo heredero del reino, además guió a Simba en su sabiduría de calle (de  selva en este caso) a un encuentro análogo al de Jaime Guzmán con Pablo Longueira, con la consecuencia razonable de que siendo una película para niños violables, nadie agarró pal’ webeo  a Simba por llegar a tener contacto con seres que definitivamente están muertos, ya que obviamente uno se puede comunicar con Mufasa si es que recuerdas quien eres, lo que no te puede comunicar con las celdas del infierno ni menos con los ideólogos del mal. No hay que ser muy brillante para saber eso.
Hay un momento cúspide en la película (tal vez el que hace que valga la pena) en donde Timón y Pumba  aceptan su condición de payasos y deciden bailar ula-ula para captar la atención de los guardias de palacio. Como toda obra de alto presupuesto, en alguna parte había que gastarse plata de manera razonable. Por lo demás, no puedo negar que vi más de una vez la película cuando chico (más chico) y le busqué todas las moralejas posibles. Lo que de alguna forma confirma, con este texto, el resultado de ver muchas películas de Disney.  

miércoles, 5 de septiembre de 2012

En el mismo lodo

Mientras le tomaba la mano a su hija que no paraba de saltar exclamando lo último de la televisión por cable, el buen hombre miraba todas las maravillas en liquidaciones de ropa que seguramente nunca usaría pero que obviamente debía tener un crédito truculentamente bien armado para tener ligado su auto, su casa, su hermana, alguno de los pechos de su madre (seguramente el bueno), y por supuesto su sueldo por el cual estudió una carrera que dura cinco años pero que le tomó ocho, pero no es lo que está en discusión. La madre de su pequeña, la más bella de su clase, la máxima aspiración en los días de obesidad insipiente, donde la maldita construcción del autoestima se debate entre tus propias dimensiones corporales así como con tus capacidades atléticas en las disciplinas como patada en la raja a campo abierto, salto de reja, mirada de calzón en día de “jumper”, entre otras tantas. Así como todas habilidades sociales que elevan a cualquier ser humano a una mejor condición en donde se pueda escapar de la brutalidad del bulling escolar. Bajo estas condiciones, enchufar un cabro chico al sueño erótico de todo el curso puede ser una vía bastante rápida a la inmortalidad. Olvidando solo un pequeño detalle, tener que acompañarla al mall los fines de semana con el regalito incluido, sometido a cuanto capricho pueda tener la mina más rica del curso, y que por lo tanto en su casa a parte de pegarle un par de charchazos por creer que anda ofreciendo su flor coqueteándole a todos los vecinos, la tienen más regalona que hijo único. Nada es gratis en esta vida. Dicen que el diablo paga un poco más por almas de mayor renombre. Son puros rumores.
Caminó pasando por los censores de robo (rogándole a Dios que todas las etiquetas de las compras inútiles hayan sido removidas, ya que la humillación sería total) y entró con una mujer en cada mano, además de sostener con el antebrazo derecho dos bolsas adornadas con letras de liquidación, y con el izquierdo el chalequito blanco de sus ojos, parecía que ser un padre y un concubino ejemplar en estos días salía bastante caro.
Al avanzar en esta jaula de precios, no pudo evitar pensar en uno de sus mejores amigos (o compañeros de curso más simpáticos), el cual ya se sabía de su incursión tras bambalinas en esta maquina de la producción, estaba trabajando de vendedor seguramente con una polerita color pastel, con lo mejor de su sonrisa, con un sueldo mínimo más digno que cualquier ladrón del estado, y seguramente con un odio asolapado a cuanta pregunta incontestable pueda surgir en la imaginación de los compradores, sus jefes, sus otrora desconocidos-actualmente hermanos del dolor del trabajo, pero sobretodo con una arrolladora sensación de fracaso que con el correr de los tiempos; lo podría convertir en un cabrón más de este país. Su vida seguramente era una mierda.
Movido por el hastío o quizás por el morbo que significa encontrarse con los que de alguna forma representan un destino que puede hacer sentir afortunado a cualquiera, el buen hombre busca la presencia de su ex compañero el cual efectivamente-como buen día domingo- estaba con el mejor de sus ánimos, atendiendo de la manera más atenta a mucha gente que de alguna forma quería verse mejor, o simplemente estaba aburrida y necesitaban salir a comprar. Al encontrarse casualmente, se reconocieron sin mayor dificultad. Ambos piden un minuto a sus vidas para preguntarse por los cercanos, sus quehaceres, sus chistes, y prometerse jugar pool cuanto antes; como lo hacían antes. Con todos los demás.
Los temas se agotan, la paciencia de los carceleros mengua y es momento de continuar. Uno toma las bolsas, le responde a su hija con amor que le venía insistiendo en explorar juguetes rosados, ¿Cómo nos vamos a negar? El otro toma su tarjeta colgando con perros metálicos al tiempo que les desea lo mejor a los de siempre, promete visitarlos, promete salir de su rutina. Concubino ejemplar se aleja.
Un vendedor part-time mira la cola de la novia de su amigo (sopesando si vale la pena), mira las bolsas que cuelgan de sus manos desnudas.
Su vida seguramente era una mierda.

lunes, 9 de abril de 2012

Meros Espectadores

El hombre arrogante se paró de su asiento antes que terminara la película arguyendo sin palabras que ya sabía el final de la película. 
Aquellos que lo hacen arrogante continúan admirándolo y preguntándose cuando serán ellos capaces de adivinar el final de la película. 
Aquellos que le dicen arrogante creen que ha sido muy arrogante pararse antes de ver el final de la película que ya todos conocen. 
Algunos se perdieron el final de la película criticando a los que dicen sin palabras conocer el final de la película, -unos arrogantes- dicen. 
El hombre arrogante toma una taza de café con algunos de sus amigos además de una amiga a la que estaba cortejando. 
A la vez la gente que critica a los arrogantes intenta entender el orden de los créditos una vez que se ha terminado la película que se perdieron por andar criticando a los arrogantes. 
Los que hacen arrogantes están tomando café riéndose de las hazañas de los arrogantes pensando en lo obvio de los finales de las películas y están preguntándose cuando tendrán el valor de invitar al arrogante (aunque sin palabras) a ver si gusta tomar una tacita de café.   
Los que le decían arrogante se les hizo tarde para tomar café y tuvieron que tomarse un copete para confundirse en la noche con todo el resto de las personas que al igual que ellos trataron de explicarse -hasta que se les hizo muy temprano- el porque de los finales de película a veces tan predecibles.